miércoles, 11 de febrero de 2009

Casa de muñecas



Ante todo debo reconocer que soy un hombre solo, pobre y triste. Aùn asì tengo dignidad como para pararme en mis dos piernas humanas y gastar el pavimento lo màs que puedo en busca de vaya a saber què tesoro.
Y he aquì que entre los infinitamente extraños lugares de esta ciudad, una vez encontrè una casa de muñecas. En la vidriera desfilaban criaturas finìsimas de porcelana, apropiadamente acicaladas, con la luz brillando en sus espejadas mejillas como si el sol quisiera verse a sì mismo en ellas.
Ni hablar de sus formas: cuidadosamente talladas, finamente trabajadas y envueltas en ensueños de telas y adornos.
Nadie con dos ojos podrìa haber resistido el impulso de siquiera mirar de reojo aquella vidriera; mucho menos un hombre solo y triste como yo, desacostumbrado a lo bello.
Sin darme cuenta, y con el correr de los dìas, me volví casi un esclavo de aquella vidriera. Es que hay tanta suciedad en la ciudad, tanta tristeza y miseria que me fue imposible no terminar con la nariz apretada al vidrio durante horas, buscando recordar hasta el mìnimo detalle de esas beldades de porcelana, buscando aquello que allà afuera parecìa no existir: belleza, dulzura, inocencia…
No me importaban ni las miradas ni los comentarios que me rodeaban; no deseaba màs que satisfacer mis ojos con el banquete de colores y estètica de aquèl lugar.
Sòlo habìan dos cosas que me traìan de nuevo a la realidad gris de las calles: la persiana del local cuando cerraban o el reflejo de mi rostro que ocasionalmente invadìa el vidrio y me hacìa recordar cuan antiguo y horrible me veia.
Nunca, en ninguno de los interminables dìas que pasè pegado a la vidriera, fui interrogado por sus dueños. No fue hasta varios meses despuès que me di cuenta de aquel detalle. Jamàs alguien me habia preguntado què estaba buscando, o si estaba interesado en alguna de las muñecas. Bien sabìa yo que no podìa comprarlas, y que la unica forma de que mis arrugados dedos sintiesen la sedosa armonia de aquella sonrisas pintadas serìa robàndolas…y aquello era impensado para mì, no tenìa ningún sentido a pesar de que ya no me importa la lògica.
Me causò mucha rabia que nadie se dignara a acercarse y preguntarme què es lo que querìa. ¿què les pasaba? ¿tan harapiento me veìa? ¿tan mal olìa como para que me nieguen siquiera a ser candidato para esas muñecas?
Una vez màs habìa pasado el dìa; una vez màs habìan caìdo las cortinas y el letrero decìa “Cerrado”. Y yo ahì parado, como todos los dìas, frente a una vidriera ahora negra.
Aùn brillaban las mejillas, ahora embadurnadas por la leve luz de la Luna…sòlo que ahora me invadìan sentimientos nuevos: recelo, envidia, frustración, soledad, dolor…no era para eso que primariamente me habìa acercado a aquella casa de muñecas…
El viento de la noche corriò de la mano de las horas alrededor mìo, hasta que el sol trajo un nuevo dìa y al propietario de aquèl negocio de ensueños.
Era un hombre alto, elegante y bien formado, sumamente arreglado y muy bien acicalado. Parecìa absurdo, pero por momentos me dio la sensación de estar viendo la vidriera en lugar de verlo a èl, lo cual me produjo unas leves nauseas.
-¿Se siente bien, buen hombre?- susurrò el hombre-muñeco. Note cierto miedo en aquellos ojos redondos que brillaban tras los redondos cristales…o tal vez era el reflejo del miedo de mis propios ojos al verlo…
-Hace varios dìas le veo parado en la vereda mirando sin parar a mis muñecas- continuò- dìgame por favor en què le puedo ayudar. ¿Acaso desea comprar una?.
Vi cierta burla en aquèl ùltimo interrogante. Me mirè a mì mismo y me vi tan gris como aquellas calles, tan sucio como las esquinas, tan viejo y nostàlgico como el bandoneòn de los bares y, a pesar de todo, tan digno como los monumentos en los que solìa irme a dormir. Esa porciòn de vereda, con sus muñecas, su vidriera y su dueño eran tan coloridos, tan saturados en sus tonos pastel que las nauseas aumentaron hasta casi darme ganas de vomitar. Lo curioso es que en realidad no me sentìa mal, no me dolìa el estòmago aunque lo tuviese vacìo y no tuviese nada que devolver: es sòlo que deseaba enormemente ensuciar tanta belleza ajena.
-¿Sabe que pasa, amigo?- sonò de mi voz, clara y convincente como la de un Lord inglès- aquì veo muchas muñecas, muy hermosas…muñecas que desean ser muñecas y hermosas porque tambièn asì desean serlo…muñecas que seguramente se encuentran huecas por dentro, llenas de aire o, a lo sumo, algún pastiche extraño que les de forma humana…simulan ser gente pero a la postre no son màs que un engrudo de acrìlico, tela y pintura…y sabràn perdonar, usted y todos aquellos que buscan exactamente eso, pues estàn en su legìtimo derecho de buscar el placer en lo que màs le sguste, pero acabo de descubrir que aquì no està lo que yo busco.
Terminada mi respuesta mi cuerpo girò 180 grados y marchè como un soldado del ejèrcito vencedor. Me habìa dado cuenta de que no era yo el que se habìa quedado afuera: estaba muy adentro, toda la ciudad en su plenitud era “adentro” y aquella casa de muñecas era el exterior, era el frìo, era lo que los dedos sucios no pueden tocar…
Y les cuento esto colgado de un monumento, acariciando la idìlica imagen de una virgen que reza en la puerta de una iglesia, mientras otros miserables como yo me arrojan monedas al sombrero. Ocasionalmente me hablan y les cuento mis andanzas, y sòlo a aquellos lo suficientemente despiertos les cuento sobre la casa de muñecas, para que sean lo suficientemente vivos de ir, mirar por un momento y volverse sin tanta pèrdida de tiempo.

3 comentarios:

Nicator dijo...

Primer posteo del 2009 y primer cuento que publico, escrito hace escasos minutos.

Que lo disfruten :)

Carpe Diem dijo...

que gran paradoja literaria (y muy bella) que nos muestra lo paradojal del mundo y de su finita existencia, o sea de nosotros mismos....salute!

Skycsil dijo...

es una paradoja porque es bella, por supuesto ;)
grande, nico!